Bosques y cambio climático


Roble melojo en los Montes de Valsaín (Segovia/España)
Las plantas desempeñan un papel crucial en la regulación del CO2 atmosférico, ya que absorben más dióxido de carbono que el que emiten y, por ello, se dice que son sumideros de este gas.

Por esta razón, en el Protocolo de Kioto, instaurado en el marco de la Convención de Naciones Unidas sobre Cambio Climático, se consideran sumideros ciertas actividades de reforestación, forestación, gestión de bosques, de pastos y de tierras agrícolas y de restablecimiento de la vegetación en áreas no naturales.

En lo que respecta a España, se pretende que el 2% de las reducciones de gases de efecto invernadero que debemos acometer para cumplir con el compromiso de emisiones establecido para el periodo 2008 – 2012 provenga de la contabilización de nuestros sumideros. Se estima que, en 2005, los bosques españoles absorbían un 19% de las emisiones anuales totales de CO2. Sin embargo, la cantidad computable a efectos del Protocolo de Kioto es mucho menor.

La función de los bosques y suelos como sumideros está siendo objeto de mucha atención. A nivel internacional se debate sobre el papel que las actividades de forestación, reforestación y las encaminadas a reducir emisiones provocadas por deforestación y degradación de los bosques pueden jugar en el conjunto de mecanismos internaciones de lucha contra el cambio climático. Ya existen proyectos forestales que obtienen fondos de empresas que necesitan compensar emisiones debido a que no son capaces de reducirlas en la medida en que están obligadas por la legislación. A cambio de sus inversiones en estos proyectos, estas empresas reciben certificados de  reducción de emisiones.

En países como España, son cada vez más comunes las iniciativas que pretenden compensar el CO2 originado por la producción de bienes y servicios o por la celebración de eventos mediante la plantación de árboles que, supuestamente, absorben una cantidad equivalente de ese gas.

Pero toda esta nueva realidad no está exenta de controversia. En primer lugar, porque hay razones para temer que, si se otorga un papel preponderante a la compensación de CO2 por las plantas, disminuyan los estímulos a la reducción de las emisiones y al tránsito hacia una economía baja en carbono, lo cual debe ser siempre el objetivo principal en la lucha contra el cambio climático.

Por otra parte, la capacidad de absorción de CO2 de las plantas depende de factores como sus tasas de crecimiento y su supervivencia. Por ejemplo, es preciso realizar un buen mantenimiento de una reforestación para evitar que una mortalidad elevada de plantas (marras) origine una merma en el volumen de gas absorbido. La gestión forestal es asimismo importante, pues va a condicionar la generación de biomasa y, por ende, la absorción de CO2. Por otra parte, una gestión deficiente puede aumentar el riesgo de incendios forestales, siendo éstos una de las principales fuentes de liberación de CO2 a la atmósfera. Y, si el destino de la plantación no es la conservación, sino la explotación forestal, una parte del carbono contenido en las plantas volverá a la atmósfera. Por tanto, que una plantación sea o no una buena herramienta de compensación de CO2 va a depender de los cuidados que reciba durante los años siguientes.

Finalmente, es preciso apuntar que, si bien un aumento de la biomasa forestal representa, a corto y medio plazo, una mayor capacidad de retirar CO2 de la atmósfera, a largo plazo los propios cambios climáticos pueden debilitar las masas forestales, produciendo una liberación acelerada de este gas como consecuencia de la muerte de vegetación. Por ello, la conclusión es que los sumideros de carbono son un instrumento potencialmente muy positivo que permite ganar tiempo en la lucha contra el cambio climático, pero no debe en ningún caso distraernos del auténtico objetivo, que es conseguir una economía baja en carbono.